"No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños".

» Cicerón (106 AC-43 AC), escritor, orador y político romano.

jueves, 4 de diciembre de 2014

MARATÓN: LA BATALLA QUE SALVÓ EL MUNDO OCCIDENTAL

        La libertad, la suerte, la desesperación, el ingenio  y el valor
                             cambiaron el rumbo de la historia

grabado
Reconstrucción de la Batalla de Maratón (490 a.C.)
      El 490 a.C. todas las ciudades de Grecia salvo Atenas y Esparta se habían sometido al Imperio Persa. Oriente se imponía a Occidente. Una quimera social conocida como democracia —del griego demos (pueblo) y krátos (poder o gobierno), luego gobierno y poder del pueblo— se debatía entre el sometimiento y la extinción o la lucha. Si Atenas caía o se sometía, la democracia, toda Grecia, y con ellas la cuna de la cultura occidental, se desvanecerían para siempre antes de dar sus primeros pasos.

      Aquel verano de 490 a.C., el todopoderoso rey persa Dario I desembarcó en la llanura de Maratón con 25.000 hombres dispuestos a aniquilar a todo griego que no se sometiera. Frente a ellos, tan sólo 10.000 atenienes y unos cientos de aliados. Con una diferencia: estaban allí como ciudadanos libres, hombres desesperados que habían elegido enfrentarse a lo imposible antes que someterse.

      La inmensidad del prístino Oriente. La adolescencia de Occidente. En juego: una cultura, una civilización —la occidental— que pugnaba por sobrevivir. Aniquilación o victoria. El mundo tal y como lo conocemos estaba sobre el tablero. Pero ¿cómo se llegó a tan dramática situación?


EL CASUS BELLI

      Las tensiones entre griegos y persas tenían su origen en el destierro en 511 a.C. de Hipias , tirano de Atenas, por parte de los partidarios de la democracia apoyados por Esparta, recelosa del creciente poderío que Atenas había adquirido bajo el gobierno de los pisistrátidas. Hipias, como todo tirano que se precie —en el moderno sentido de la palabra—, padeció de una patente adicción al poder. Ello le conduciría a exiliarse donde más posibilidades tuviera de recabar la ayuda necesaria para volver a alzarse con él.  El lugar escogido sería Sardes, en la actual Turquía y en el prístino Imperio Persa. Sardes estaba bajo el control de Artafernes, el sátrapa de Lidia, que no era un sátrapa cualquiera sino el hermano del mismísimo Gran Rey Dario, amo y señor del mayor imperio que el mundo había conocido: el Imperio Persa. Un exilio perfecto para alguien que aspiraba a reconquistar su patria. Si bien los atenienses no estaban por la labor de devolverle el poder al tirano, por lo que no tardarían en exigir a Persia la entrega de Hipias para ser juzgado por sus crímenes. Obviamente Dario I se negó. No estaba dispuesto a entregar a un huésped tan valioso, que podría ser la llave de Atenas, a cambio de nada.

Dario (549-486 a.C.) en el trono secundado por su heredero Jerjes (rey
que se las vería con Leónidas y sus 300).// Relieve de los ss. VI-V a.C.
 original de Persépolis, hoy en Museo nacional de Teherán (Irán)

      Dicha negativa provocaría que al estallar la Revuelta Jónica, que en 499 a.C. levantara en armas a los griegos de Asia Menor contra el Imperio Persa, Atenas enviara veinte naves en ayuda de los jonios. Dicha revuelta, iniciada por Aristágoras, tirano de Mileto, sería efectivamente sofocada por los persas en 494 a.C. Dario reconquistaría Chipre, el Dardanelos y el Bósforo, tomaría Mileto y deportaría a sus habitantes a orillas del Tigris. Pero no se conformó. Continuó su avance conquistando Tracia, Macedonia e instaurando gobiernos leales en las islas Cícladas. El avance persa parecía imparable. Las ciudades griegas se sometieron una tras otra a la autoridad del Gran Rey. Tras la contundente victoria, únicamente dos ciudades rebeldes continuaban resistiéndose al dominio persa empecinadas en la defensa de su soberanía, su libertad y su estilo de vida: Atenas y Esparta.

      La victoria de Dario era absoluta. Su imperio se extendía desde el Indo hasta Europa. Parecía el comienzo de una nueva era, una era persa que gobernaría el mundo conocido en paz durante milenios. Sólo dos ciudades se interponían entre Dario y la era persa, dos minúsculas espinitas clavadas en el pie de un gigante. Especialmente una, la horma de su zapato, la misma ciudad que había osado apoyar la Rebelión Jonia contra el imperio, una simple pero próspera ciudad-estado que alardeaba independencia y libertad, un puñado de infelices que hablaban de dar el poder al pueblo y lo llamaban democracia, un fugaz experimento que pronto vería su fin: Atenas. Dario no podía permitir tal desvarío, estaba decidido a acabar con la rebeldía y la insurrección. Ya tenía el casus belli —castigar a los instigadores y colaboradores de la Revuelta Jonia—. Sólo faltaba la invasión.


PRELUDIO

      Por ello reunió la mayor flota jamás vista —200 naves— al mando de Artafernes, el mismo sátrapa que acogiera al tirano ateniense; y un potente ejército de 25.000 hombres bajo las órdenes de Datis, de los cuales 5.000 eran de la temible caballería persa. El propio Hipias acompañaba la expedición para recuperar el trono de Atenas como títere de los persas.

      La primera víctima serían las islas Cícladas. De ahí atacaron la isla de Eubea, aliada de Atenas que también había apoyado la Revuelta Jónica, tomando la capital, Eretria, tras un asedio de tan sólo seis días. La ciudad fue saqueada, quemada y los supervivientes de la matanza esclavizados y deportados a Persia. Los atenienses ya conocían el destino que les esperaba. Eran los siguientes. Así, las hordas persas se dirigieron al Ática en busca de su presa. El lugar escogido, Maratón, no era casual. Hipias, oriundo de Atenas, lo había seleccionado minuciosamente: una llanura donde la temible caballería persa podría maniobrar a sus anchas y fulminar a la infantería griega, protegiendo además su flanco por un pantano. Allí desembarcó el inmenso ejército persa que debía aniquilar a Atenas.


LOS EJÉRCITOS ENFRENTADOS

grabado
Reconstrucción de un
soldado persa.
      Los Persas contaban con grandes bazas. La más evidente su abrumadora superioridad numérica. La cifra más aceptada va de 25.000 a 30.000 hombres, duplicando y casi triplicando al ejército ateniense. Otra de ellas era la caballería, expertos jinetes de las estepas del imperio, certeros en el ataque a distancia, el hostigamiento, las falsas retiradas, el envolvimiento y la persecución a tropas en retirada. También destacaban los arqueros, que brillaban por su ausencia en el bando griego, pues los propios infantes persas, además de las armas "cuerpo a cuerpo", solían portar arco y flechas, lo que otorgaba un número proverbial de arqueros a las filas persas. Si añadimos a esto que los griegos carecían de caballería, el resultado es el necesario hostigamiento de las filas griegas en cualquier tipo de inicio de hostilidades. Por último, los persas contaban con un aura de invencibilidad, pues jamás un ejército griego había derrotado a uno persa en campo abierto, ingrediente moral que favorecía el derrotismo, la resignación y las deserciones en el bando griego.

      Si bien la gran debilidad del ejército persa era su infantería, equipada por lo general con escudos de mimbre, corazas de lino y lanzas más cortas que las de la falange griega. Soldados provenientes además de todos los rincones del imperio, que hablaban distintas lenguas y no estaban acostumbrados a luchar unidos. Por ello la táctica persa debía consistir necesariamente en sobrepasar a los griegos por los flancos aprovechando la superioridad numérica. Además la costumbre persa, a diferencia de la griega tendente a reforzar los flancos, era la de colocar a sus mejores hombres en el centro de la formación con la esperanza de romper a la formación contraria provocando una rápida estampida, lo que solía suceder cuando una de las formaciones superaba considerablemente en número a la otra.


      Los griegos por su parte carecían de caballería y arqueros, jamás habían derrotado a un ejército persa en combate y eran ampliamente superados en número —en proporción de 2 o 3 a 1 según las cifras comúnmente aceptadas—, pues contaban con tan sólo el ejército ateniense al completo, unos 10.000 hombres, y un refuerzo de en torno a 600 soldados de la vecina y aliada Platea.

miniatura
Reconstrucción en miniatura de un
soldado hoplita.
      Si bien su única pero potente baza era la infantería organizada en falange, una revolucionaria formación de lucha implementada por Fidón de Argos hacía algo más de un siglo que lentamente había ido extendiéndose por las ciudades-Estado griegas. Dicha formación giraba en torno a la figura del hoplita, un soldado de infantería pesada armado con una lanza de entre 1,8 y 2,7 metros de largo, rematada con punta de hierro y terminada también con un regatón puntiagudo de hierro en la parte inferior, que hacía las veces de contrapeso y de segunda arma; el hoplón, un novedoso escudo circular de madera recubierta de bronce, de unos ocho kilos de peso y una revolucionaria empuñadura denominada argiva que permitía, con un sistema de doble sujeción con una cinta en el centro del escudo para introducir el brazo y otra a modo de abrazadera en el borde, ejercer una fuerza mucho mayor, facilitar el movimiento de palanca y permitir mayor amplitud de movimientos; así como una pequeña espada de doble filo de 60 a 90 cm de largo, que únicamente empleaban en caso de perder el arma principal o de que la falange se descompusiera. Respecto a las protecciones corporales, también eran notablemente superiores a las persas, pues se cubrían el torso con una coraza bien de bronce imitando la musculatura, bien de capas de tela fuerte con placas o escamas metálicas; las piernas con grebas de bronce que cubrían del tobillo a la rodilla; y la cabeza con un pesado casco corintio —de unos 4,5 kg— que cubría la cabeza incluyendo la práctica totalidad de la cara, proporcionando una fuerte protección pero a costa de restringir notablemente la vista y el oído. Dicha panoplia era bastante cara, motivo por el que únicamente podían ser hoplitas los ciudadanos de clase media-alta. No es de extrañar que los ciudadanos célebres del momento, como el político Temístocles, el filósofo Sócrates o el dramaturgo Esquilo, participaran en la batalla [*resultaría cuanto menos curioso que dicha costumbre continuara en uso, pues no nos habríamos privado del placer de ver a Aznar, Trillo, Botín y Bardem, por ejemplo, tomando Peregil al asalto]. De modo que los soldados mejor armados solían corresponderse con los de las clases más altas , que solían colocarse en las primeras filas por resistir mejor los embates del enemigo, situándose  detrás los peor equipados, aquellos que no podían costearse la armadura o que la tenían de peor calidad. Todos ellos ciudadanos libres, entrenados en el manejo del equipo y en defensa de su ciudad.

      Dichos soldados combatían hombro con hombro en formación de falange. Una formación cerrada integrando una única línea de ocho hombres de profundidad, cuya longitud dependía del número total de efectivos, en la que cada hombre cubría con su escudo parte de su cuerpo y parte del soldado más próximo, siendo cubierto a su vez en parte por el siguiente soldado, a la par que los hombres de la fila de detrás servían de apoyo a los de la de delante, sustituyéndolos también en caso de que cayeran. Todo el ejército luchaba integrado como un solo cuerpo, un impenetrable muro de bronce, lento pero inexorable.

grabado
Reconstrucción de la falange hoplita.


      Aún así, nunca un ejército griego había derrotado a uno persa. Los griegos tenían pavor a los arqueros y la caballería persas, por lo que solían eludir las batallas a campo abierto y trataban de refugiarse en sus ciudades amuralladas.


PROLEGÓMENOS DE LA BATALLA

al mando en Maratón
Milcíades (550-448 a.C.)
     En el bando ateniense, el alto mando del ejército lo ostentaba el polemarca Calímaco, un cargo político similar al actual Ministro de Defensa. Bajo el cual, por vicisitudes del nuevo sistema democrático, se encontraban diez estretegos. Si bien el mando efectivo por razones prácticas lo ostentaba uno de dichos estrategos, el general Milcíades, que proveniente de familia noble ateniense huida de las costas de Asia Menor, contaba con gran experiencia bélica y conocimiento de las tácticas enemigas, pues había servido de joven en el ejército persa.

      Cuando tuvo conocimiento del desembarco persa el cinco de agosto en las cercanías de Maratón, dudó entre esperar a los persas en la seguridad de las murallas —táctica habitual de los griegos hasta entonces—, esperarlos a las afueras alejando el peligro de la ciudad, o acudir a su encuentro. Optó por esto último. Al hacerlo, logró sorprender al ejército persa al contemplar al ejército ateniense al completo acampado en las colinas cercanas a Maratón, pues esperaban una fácil victoria por asedio en la que la ciudad se rendiría rápidamente por temor a represalias y ante la presencia de Hipias, el antiguo tirano, que garantizaría la vida a todos aquellos que se rindieran. De esta forma lograron no sólo sorprender a los persas, sino también cercarles el paso hacia la ciudad.

      Aún así, los atenienses quedaron aterrorizados ante la visión del ejército persa, que prácticamente los triplicaba en número. Por suerte, al tiempo que el ejército había partido para Atenas, se envió al mejor corredor de la ciudad, Filípides, para solicitar la ayuda de la mayor potencia militar griega del momento, Esparta, tradicional antagonista de Atenas en la Antigua Grecia, que ahora esperaban se les uniera frente al enemigo común. Filípices recorrió la distancia entre Atenas y Esparta, 246 km, en menos de dos días —algo que se creía imposible hasta que tres soldados británicos repitieran la gesta en 1982—. Si bien la respuesta de los espartanos no fue todo lo entusiasta que esperaban los atenienses. Esparta acudiría a la guerra contra el persa, pero lo haría una vez finalizaran los necesarios actos rituales de la Carneia, pasada la luna llena, tras una semana desde la llegada de Filípides, el 12 de agosto; lo que implicaría que llegarían en torno al 15 de agosto a marchas forzadas.

      En Maratón la situación no parecía demasiado halagüeña para los atenienses. De los diez estrategos, cinco querían luchar —incluido Milcíades— y cinco no, por lo que la decisión recalló sobre el polemarca Calímaco, que prefirió esperar a los refuerzos espartanos temeroso de que los persas los diezmaran con sus flechas y los sobrepasaran por las alas con su número y su caballería. No tenían prisa por luchar. Tampoco los persas la tenían, pues preferían esperar a que la infantería ateniense bajara de las colinas a un terreno más favorable para el uso de su caballería, pudiendo además diezmarlos en la bajada con sus flechas. Así se sucedieron los días, alineándose los ejércitos frente a frente con el alba.

      El general persa al mando, Datis, cercado en la zona de desembarco y pensando en romper el empate técnico en el que se encontraban, al caer la noche el día 11 embarcó a la caballería y a Hipias rumbo a Atenas con la esperanza de que los partidarios del tirano entregarían la ciudad al contemplar a la temible caballería persa, tal y como había sucedido con la toma de Eretria, en la que quienes temían un largo asedio y las represalias persas favorecieron la caída de la ciudad.

      Por suerte para los atenienses, varios desertores dorios les alertaron del plan persa. Corría el tiempo para los atenienses. Milcíades debía decidirse. ¿Volver a Atenas a marchas forzadas con todo el ejército para proteger la ciudad, enviar sólo un destacamento, atacar inmediatamente? Se decidió por esto último, pues si retornaba a la ciudad con todo el ejército corría el riesgo de perder igualmente la ciudad por no llegar a tiempo o de quedar rodeado por el grueso del ejército persa por una parte y la caballería por la otra. Tampoco quería debilitar a sus tropas enviando un destacamento, pues los persas les superaban ampliamente en número pese a no contar con caballería. No había otra salida. Debían atacar.


LA BATALLA

Formación reforzada griega en azul (persas en rojo)
      Se habían librado de la caballería por el momento, pero quedaban por solventar dos problemas: los arqueros y la superioridad numérica de los persas. La formación clásica de la falange era de una profundidad de ocho hombres. Dicha formación suponía un problema en caso de inferioridad numérica, como era el caso, pues los persas, que prácticamente les triplicaban en número, les desdoblarían por los flancos. Por ello Milcíades decidió reducir la profundidad del centro de la formación a cuatro filas para alargar sus líneas y evitar ser flanqueado. Al mismo tiempo mantuvo la profundiad de ocho filas habituales para mantener unos flancos fuertes capaces de envolver a los persas. Una maniobra sumamente arriesgada, pues dado que los persas concentraban a sus mejores tropas en el centro, si los flancos griegos no lograban envolver rápidamente a los persas, el centro persa podría romper el débil centro griego provocando una debacle general.

grabado
La carga de los atenienses
en Maratón
(490 a.C.)

      Quedaba por solucionar el problema de los arqueros. Para ello Milcíades decidió que los hoplitas griegos debían cargar a marcha ligera mientras estuvieran a tiro de los arqueros para reducir así los posibles daños. De nuevo un gran riesgo. Lo más habitual en una carrera en batalla, y más aún bajo una lluvia de flechas, era que la formación se desordenara, lo que resultaba fatal para una formación de combate como la falange, donde las filas, la horizontalidad y la posición lo eran todo para su correcto funcionamiento.  Pero lo cierto es que si en el siglo V a.C. existía alguna formación capaz de realizar una carga bajo una lluvia de flechas sin desordenarse, esa era la falange hoplita griega. Los soldados hoplitas se entrenaban desde jóvenes para la batalla en el manejo de armas y armadura, la lucha en equipo y la carrera con todo el equipo. Estaba decidido. A la carrera y con las líneas estiradas debilitando el centro y reforzando los flancos. Los griegos lucharían. Los tiempos de esconderse tras las murallas habían pasado. Por primera vez en la historia, un ejército griego plantaría cara a otro persa en campo abierto.

      Así pues, unos 11.000 atenienses avanzaron al unísono. Al encontrarse a tiro de arco, Milcíades ordenó que cargasen —de ahí viene la expresión "paso ligero"—, dando a los persas la mitad de tiempo de uso de los arqueros minimizando las bajas. Era la primera vez en la historia que se realizaba una carga semejante. El choque de ambos ejércitos fue brutal, pero a distancia corta, el mejor entrenamiento, fuertes armaduras y largas lanzas de la falange griega demostraron ser decisivos contra las defensas persas de mimbre y lino. Los flancos persas comenzaron a retroceder siendo lentamente envueltos. Si bien el endeble centro griego también cedía terreno ante el empuje del potente conglomerado de los más valientes y feroces guerreros de todo el Imperio Persa. Los flancos persas cayeron ante el imparable empuje de la falange. Muchos huyeron hacia el pantano —la única vía de escape—, ahogándose o siendo cazados en la huida. Pero el centro persa continuaba resistiendo y estaba apunto de sobrepasar la débil línea griega. Milcíades actuó. Decidió abandonar la persecución de los flancos para terminar de envolver al centro persa, que rodeado, rompió líneas intentando huir y siendo prácticamente exterminado.

      Datis, el general persa, ordenó la retirada de los supervivientes a los barcos para partir rápidamente a Atenas y tomar la ciudad junto a la caballería que ya había partido, antes de que llegara el ejército griego a pie. Milcíades, previendo la situación ordenó la quema de los barcos persas, si bien únicamente lograron acabar con 7 de las 200 naves.

      La victoria fue absoluta. Más de 6.400 persas cayeron en el combate frente a apenas 192 griegos —entre ellos el Polemarca Calímaco—. Era la primera vez que un ejército griego derrotaba a uno persa en campo abierto. El júbilo debía ser total. Pero no fue así. Atenas aún podía caer. Si los persas llegaban a Atenas antes que los atenienses —lo que era bastante probable al hacerlo por mar—, los ciudadanos atenienses pensarían que los persas habían salido victoriosos y entregarían la ciudad para evitar la destrucción total. Un ejército hoplita era una máquina que aún a marchas forzadas tardaría más que las naves persas en desplazarse. ¿Qué podían hacer?


LA GESTA DE TERSIPO: el origen de la maratón (carrera)

      Milcíades debía de hacer llegar la noticia de la victoria cuanto antes a Atenas para que no rindieran la ciudad. Para ello escogió a un hombre, un sacrificado y leal corredor para que llevara el mensaje a Atenas. Ese hombre fue Tersipo —así lo afirman historiadores de la antigüedad como Plutarco, si bien otros como Luciano, que escribió un siglo más tarde de los acontecimientos, lo confunden con Filípides, el mensajero que fuera a avisar a los espartanos días atrás—. Al tiempo que el ejército partía hacia Atenas, Tersipo se adelantó recorriendo los 42 km que separaban Atenas de Maratón en dos horas. Al llegar a la ciudad anunció "hemos ganado" y calló muerto, fulminado por el cansancio. Los atenienses cerraron las puertas a los persas y cada hombre mujer y niño se colocó en murallas, puertas y ventanas para hacer creer a los persas que la ciudad estaba bien protegida. Datis, al contemplar la ciudad, la vio bien defendida y poco dispuesta a la rendición, por lo que los persas partieron de vuelta a Persia tras sufrir la primera derrota en campo a abierto a manos de los griegos de su historia.  Con su gesta, Tersipo salvó la ciudad.

de Luc-Oliver Merson
Fidípides (Tersipo en realidad) llegando a Atenas,
obra de Luc-Oliver Merson en 1869.

      En su honor y en memoria de la gesta de los griegos en defensa de su libertad, su cultura y su mundo; se instauraría una nueva disciplina olímpica, la maratón, que perduraría a lo largo de los siglos, siendo incluida en los modernos Juegos Olímpicos en su primera edición, la de Atenas 1896, que casi se podría decir por designios del destino, ganó un corredor griego llamado Spiridon Louis.
 

CONSECUENCIAS

      Los griegos, por primera vez en su historia, habían salido de la protección de sus murallas enfrentándose y derrotando a un ejército persa en campo abierto. La Primera Guerra Médica había terminado. La falange había demostrado su enorme efectividad. La democracia y los ideales griegos de ciudadanía se vieron enormemente reafirmados. La cuna de la cultura occidental logró su supervivencia. Los griegos —particularmente los atenienses— se alzaban orgullosos de su independencia y valentía. Tal es así que por ejemplo Esquilo, participante en la Batalla de Maratón y hoy recordado como inmortal dramaturgo de la literatura universal, quiso que en su tumba su epitafio únicamente recordara la gesta de Maratón:

    Esta tumba esconde el polvo de Esquilo,
    hijo de Euforio y orgullo de la fértil Gela.
    De su valor Maratón fue testigo,
    y los Medos —así se llamaba a los persas— de larga cabellera, que tuvieron demasiado de él.

                                         Anthologiae Graecae Appendix, vol. 3, Epigramma sepulcrale 17


     Curioso orgullo guerrero el de los grandes literatos. Sirva como analogía Cervantes, otro de los grandes de la literatura universal que también sintió un orgullo tremebundamente superior por su participación en la gran batalla del occidente contra oriente del momento, la batalla de Lepanto, que él mismo definiera como "la más alta ocasión que vieron los siglos", que por su faceta literaria.

      Volviendo al tema que nos ocupa, Milcíades se llevó la gloria por la histórica victoria, siendo llamado en adelante "el Maratonómaco". Su estrategia resultó ser la primera maniobra envolvente de la historia, una táctica profundamente estudiada e imitada a lo largo de los siglos por los mejores generales de la historia, desde Aníbal en Cannas a Hitler en la Bolsa de Kiev —la mayor maniobra envolvente de la historia—, pasando por Escipión en Zama o Rommel en El Alamein.

      Si bien la victoria resultó ser un primer paso de un largo camino, el comienzo de una nueva era en la que los griegos al fin se enfrentarían a los persas y que culminaría con la mismísima aniquilación del antaño imperial invasor a manos de Alejandro Magno tras más de un siglo de lucha entre antagonistas. El camino de la liberación sería arduo, pues Jerjes, el hijo y heredero de Dario, al acceder al trono, invadiría de nuevo Grecia diez años después con un ejército aún mayor, dando comienzo a la Segunda Guerra Médica. Pero Occidente en plena adolescencia ya se había enfrentado a la inmensidad del poderoso oriente. Y vencido. Los griegos eran conscientes de que unidos podían derrotar al ecuménico vecino, ya no se esconderían en sus ciudades, defenderían su mundo, su cultura y su estilo de vida hasta sus últimas consecuencias. Grecia había despertado.

FUENTES:

*MONTANELLI, Indro: Historia de los Griegos, Barcelona, Debolsillo, 2005.
*CARPENTIER y LEBRUN: Breve historia de Europa, Madrid, Alianza Editoria, 2012.
*CANAL DE HISTORIA: Grandes Batallas de la Historia, Barcelona, Debolsillo, 2010.
* JORGENSEN y CHRISTER: Grandes Barallas, China, Parragon, 2007.



*CURIOSIDADES MODERNAS

      En 2014 se estrenó la película 300: El origen de un imperio, de Noam Murro, con guión de Zack Snyder y basada en la novela gráfica de Frank Miller. Dicho film comienza con una recreación de la Batalla de Maratón plagada de incorrecciones históricas. En primer lugar los atenienses están capitaneados por el futuro héroe de Salamina Temístocles, que pese a ser uno de los diez estrategos de Maratón, no fue quien ideó la táctica ni lideró a los atenienses, pues el mando teórico correspondió al polemarca Calímaco, que cayó combatiendo, y el efectivo al general y estrategos Milcíades, verdadero ideólogo de la revolucionaria estrategia y artífice de la victoria.

    Además, los atenienses aparecen cargando espada en mano y sin coraza, algo impensable, pues precisamente la fuerza de la falange estaba en sus superiores protecciones y en el combate cooperativo con lanzas largas. Aunque en las últimas filas si solieran colocarse los soldados de las clases más humildes que habían podido costearse peores protecciones.

      Por otra parte la carga de los atenienses es recreada como una carga alocada, prácticamente una estampida sin orden, cuando en realidad los 11.000 hoplitas cargaron ordenadamente y al unísono, sin romper en ningún momento la formación, su auténtica baza frente a los persas.

      También se aprecia como los atenienses sorprenden a los persas descargando los barcos, cuando en realidad el ejército persa estaba completamente desplegado y en formación, pues llevaban varios días acampados en las cercanías de Maratón.

      Asimismo huelga decir que Temístocles no acabó con Dario I de un flechazo ni de ninguna otra manera, pues éste obviamente sobrevivió a la Batalla de Maratón -de hecho se encontraba en Persia al celebrarse la batalla- y, pese su intención de regresar a Grecia con un ejército aún mayor, hubo de acudir a Egipto a sofocar una revuelta, lugar en el que moriría de enfermedad. 


                 RECONSTRUCCIÓN DE LA BATALLA EN LA PELÍCULA:




OTRAS ANÉCDOTAS EN LA ANTIGUA GRECIA:

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